Quizá sería más adecuado afirmar que las y los terapeutas tenemos una deuda histórica con las mujeres, las que atendemos en terapia y las que no. El androcentrismo imperante en nuestra disciplina, como en todo lo demás, ha supuesto un grave perjuicio para el bienestar de las mujeres. En gran medida, la psicoterapia ha contribuido -hemos contribuido- a patologizar experiencias habituales de las mujeres, a la vez que ha -hemos- invisibilizado el malestar que genera vivir en una sociedad profundamente desigual, incluyendo las consecuencias de la violencia estructural que padecemos. 

Además, los diferentes desarrollos teóricos han responsabilizado sistemáticamente a las mujeres tanto de su sufrimiento emocional, como del ajeno. Desde las clásicas referencias a la histeria hasta el actual énfasis en la independencia o el empoderamiento, se pone el foco en aquello que las mujeres “no hacemos bien”, ya sea no desear un hijo varón o dudar de nosotras mismas. Desde las desechadas teorías de las madres esquizofrenógenas hasta las modernas teorías del apego, se obvia que vivimos en sociedades desiguales y se responsabiliza a las mujeres de los problemas actuales o futuros de su descendencia. Salvo honrosas excepciones, los procesos de socialización de género se han pasado por alto y se ha tendido a buscar en lo puramente intrapsíquico o en lo sistémico/familiar las causas del malestar emocional, sin atender al impacto que tiene dicha socialización tanto en la subjetividad, como en los roles relacionales que adoptamos. 

Parafraseando a la filósofa feminista Celia Amorós, si no formulamos correctamente, no podremos intervenir bien. Dejar de lado el impacto de la desigualdad entre hombres y mujeres implica que nuestras formulaciones serán, en el mejor de los casos, parciales y, en el peor, claramente perjudiciales.

          La psicoterapia es un espacio validado de cambio personal y una herramienta eficaz para lograr el bienestar emocional. Por ello, consideramos que es imprescindible mirarla con ojos críticos, reconocer los errores y aprovechar también los avances logrados, para promover una psicoterapia que sea no solo eficaz, sino también justa con las personas que ayudamos.